No es lo mismo un confinamiento en un piso de 60 m para 4 personas, tres de ellas niños y niñas de menos de 12 años, o no es lo mismo un confinamiento para una abuela de 88 años que vive sola, o no es lo mismo para una persona sin papeles en este estado y que comparte habitación con cuatro personas más en su misma situación, ni es lo mismo para una joven de 18 años enamorada hasta los huesos, ni para una pareja con su primer hijo recién nacido…no es lo mismo.
Si es lo mismo el deseo de un niño o una niña de salir a jugar a la calle, y fundirse en el descubrimiento de cada rincón, el deseo de abrazar de unos abuelos a sus nietos, de unas amigas que se lo cuentan todo, de verse, tocarse, deseo de sentirnos libres para ir y venir, besar y tocar.
Pero cuando acabe esto, no será lo mismo para mí, no será igual la libertad.
Me preocupa que todo vuelva a la misma rueda, que no haya cambios significativos, me atrapa un pensamiento pesimista de esta especie a la que pertenezco, sin embargo, hoy creo que he entendido algo, que no se trata de mirar a los demás sino mirarme yo, no se trata de mirar fuera sino mirar dentro, de curar dentro, de morir dentro, de no estar sola sino estar conmigo, de mimarme, cuidarme, reconocerme, curarme…y entonces ¿cómo volver a lo mismo?.
No importa lo que pase fuera, lo importante está dentro, ¿Cuándo olvidamos esto?